Crónicas psilocibinas: San Pedro Tlanixco, 2021
A mi Parteaguas
¿Sabes lo que es quedarse a la orilla de unx mismx, contemplándose?
Quizá sea por herencia de mi abuelo, quien era un nahual, específicamente un perro negro del monte, según cuenta Mamá Egla, que me gusta la montaña, le digo a Jacqueline Franco. Estamos envueltas en su gran sleeping rojo que soporta temperaturas extremas, pero lo que me da calor en este momento es su cuerpecito abrazado al mío.
Afuera ya están puestas, inútilmente, las casas de campaña enfrente de una milpa que también nos abraza. Llueve mucho. Nuestro hogar esta noche es una cocina con paredes de madera, como la de Mamá Egla en sus tierras de Oaxaca. De los viajes me gusta esa familiaridad que una va encontrándose en pedacitos del mundo, en los grafitis de la calle, en los cuerpos de otras personas, en el humo que sale por el techo, en las ventanas que dan al mar, en un pocillo con hierbitas curanderas, en lo que vamos habitando en otros espacios; la expansión del hogar. Creo que por eso es tan importante saber a qué le llamamos casa.
En esta cocina que está frente a la cosecha de elotes, en el patio de la familia de hongueros que nos permitió pasar la noche, hay una estufa de barro que todavía se enciende con leña. Allí descansa un gato amarillo, tan cerca de las llamas, que parece que es parte del fuego. Tiene los bigotes bien chamuscados y parece que sueña.
Es casi medianoche. Nos tomó 10 horas, tres sustos y un enojo llegar hasta aquí y eso que nada más venimos desde la Ciudad de México. De otra forma, hubiéramos llegado en 1 hora 45 minutos, pero nunca hay otra forma. Todo es como sucede.
ーAsí es esto del camino de la medicina, tú déjate llevarー me dice Jacqueline Franco ya despreocupada, mientras dibuja y apunta algo en su eterna libreta; un cuaderno pequeño que lleva a todos lados del que, más tarde, sacará una hoja con un trazo con el título ''macetita, 2021'' y me lo regalará.
ーMe recuerdas a Clara, un personaje de La casa de los espíritus, de Isabel Allende; anota todo en su ''cuaderno de la vida'', como túー le digo dulcemente. Reímos y seguimos tratando de curarnos el frío preparando té y avivando el fuego mientras el gato amarillo, entre el humo, sigue soñando.
Apenas conozco a Jacqueline, por eso le observo sus detalles. Me gusta guardarme bien a las personas. La entrevisté para una nota periodística sobre el caso de Carolina Espinosa, o Cariñx, como le decían por ser una persona amorosa, entregada a la lucha por la vida. Caro es una de sus mejores amigas, a quien un conductor ebrio le arrancó la vida justo en el cruce de Avenida Patriotismo con Puente de la Morena cuando regresaba a su casa en bicicleta en agosto de 2020. Desde entonces, familiares y amigxs de Cariñx comenzaron una lucha por mantener viva su memoria, por exigir justicia y la detención de su asesino que sigue prófugo. Jacqueline guarda de ella sus enseñanzas, las pedagogías del cariño, la ternura, los recuerdos con su amiga bailando cumbia, y guarda también el paliacate rojo que usaba Caro. Desde entonces, lo lleva consigo cada que visita las montañas.
En esa trinchera, Jacque y yo nos hicimos amigas. Apenas la conozco y ya tuvo la osadía de traerme a San Pedro y confiarme este espacio sagrado que es la compañía de sus amigas que están vivas corporalmente y no sólo en la memoria. El camino para llegar a esta cocina, que por fin nos arropa, ha sido largo, descansamos un momento y ahora nos preparamos para recibir la medicina. De su mochila saca el paliacate rojo y lo pone sobre el altar que construimos juntas las diez mujeres que estamos, aquí y ahora, en San Pedro Tlanixco. Siempre lleva a Cariñitx en sus ofrendas, siempre la lleva a la montaña y mantiene vivo el fuego de la voluntad.
Ahora, observo los detalles de Paulette, la bicimensajera feroz a quien también entrevisté para una nota sobre la lucha de mujeres ciclistas organizadas contra el patriarcarro. Ella saca de su mochila negra lo que parece ser un xoloitzcuintle de barro. Es una lobita, dice. Yare saca unas velas, otra saca un cuenco tibetano y yo traje toronjil para té y un paliacate con la imagen de Coyolxauhqui. La pongo sobre un comal que está colgado en la pared. La observamos. Su cuerpo está destrozado en seis partes, porque la asesinó su hermano Huitzilopochtli. La historia es larga, pero ese iba a ser mi nombre cuando yo sólo era un pensamiento en el vientre de mi madre. Estoy segura de que Jacque también se llevaría a la montaña este trapito, este pedazo de tela que me nombra, si un día la violencia que aterroriza a este territorio llamado México, me arrebata la vida.
El derrumbe
Nubes. Nubes. Nubes. No ves. No ves. No ves. No quieres ver, pero hoy vas a hacerlo.
EGO
Ahora estás aquí
mañana todo se me revela como ya no lo quiero ver
se me presenta como un pasado inmediato de la piel muerta
todo lo que me conecta a lo que ya no soy
comienza a
d
e
r
r
u
m
b
a
r
s
e
Una a una fueron cayendo. Deshaciéndose como una pesada neblina ante los ojos de quien quiere ver el horizonte sólo por observar algo y sentir tierra firme. Sin ruido, fueron cayendo, todas mis ataduras, el equipaje innecesario, lo que llamé hogar y luego, le prendí fuego. Abriste espacio a lo nuevo, ahora, permítete recibir. Recibes amor porque eres amor. Despierto nahuala, soy un nido de raíces húmedas que crecen por dentro. Toda la violencia atravesada en mi cuerpo se transforma. Observo mis patrones, la geometría de mis actos, cómo me interconecta con todo lo que me rodea, con la gente que amo. Me observo desde afuera. No eres tu miedo. Los nombres que no fuiste. Eres tu propia ruta. Observo a través del ojo de un árbol, a través de la vena del humo. No tengo nombres, soy tierra, un tallo, una nube siempre deshaciéndose, palabra, lluvia, expansión, hierbita curandera, ternura. Broto de mi vientre, me nazco hacia adentro. Me veo las manos como un espejo, miro a dios en todo lo que me rodea y en lo que no alcanzo a ver. Cierro los ojos y también veo.
***
La lluvia nunca dejó de caer. En la cocina de madera el fuego seguía encendido. En algún momento de la noche, Jacque y yo nos fuimos a la casa de campaña para intentar descansar. Platicamos un rato, compartimos sentires, me cuidó. Somos un equipazo, dijo. Reímos. Nos metimos en el sleeping para intentar dormir. Fue inútil, las casas de campaña comenzaron a inundarse. Todo nuestro campamento ya le pertenecía a la lluvia. Pensamos que era una emergencia y decidimos avisar a las demás. Empapadas regresamos a la cocina. Allí estaban las otras ocho; una dibujaba, otras escuchaban música, las amoras que venían en pareja seguían compartiendo besos. Reímos porque todo estaba bien. Nos acomodamos en el suelo, abrazadas tomamos té. Jacque saca una hoja con un trazo al que tituló ''macetita, 2021'' y me lo regala. El gato amarillo se ha ido. Ahora, quienes dormimos al lado del fuego y soñamos, somos nosotras.
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